La
máquina de carne es prodigiosamente exacta.
Inclinado
sobre ella, inmóvil, la mira. Sabe que podría disponer
de
ella a su antojo, de la forma la más peligrosa. No lo hace.
Por
el contrario acaricia el cuerpo con la misma suavidad que si
incurriera
en el peligro de la felicidad.
Su
mano se encuentra sobre el sexo, entre los labios que se rajan,
allí
es donde ella acaricia.
Usted
mira la hendidura de los labios y lo que los rodea, el
cuerpo
entero. No ve nada.
Quisiera
verlo todo de una mujer, hasta donde eso pudiera
hacerse.
No ve que esto le es imposible.
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